La pincita

Hay objetos que son más que simples objetos. Son cosas que forman parte de nuestra vida, que para nosotros tienen una significación diferente porque nos acompañaron en momentos claves y están plagadas de recuerdos. Así como para ellos la pelota no es sólo una pelota sino es un “hay equipo”, partidito con amigos, tano pasala, asadito para festejar, nos reunimos en lo del gordo a ver el partido, etc. A nosotras nos pasa lo mismo con la pincita.

La pincita es nuestra compañera fiel, viene con nostras a todas partes y si no la tenemos nos sentimos desnudas. Más de una vez, vimos ese pelito rebelde en el espejo del ascensor de un edificio o reflejado, gracias a luz mala que entró por la ventana, sobre el portarretratos que adorna el escritorio en la oficina  y entramos en colapso. Por suerte la teníamos a ella en la cartera, lista para rescatarnos.

En general solemos llevar un pack de pincita más espejito y algunas en privado, otras en público (femenino), sacamos el pack promo y nos ponemos manos a la obra. Además el tema de la pinza es también contagioso. Basta recordar las charlas entre amigas y pincitas… llega tu amiga, te ve armada y te pide una pinza también. Se la alcanzás, y bajo el sol, se ponen al frente del arduo trabajo depilatorio; entre los tirones se crea un clima de intimidad que da lugar a las charlas de chicas que tanto disfrutamos. Tu amiga te cuenta los logros laborales recientes; vos le confesás que él no te quiere y que antes de ser dejada, lo vas a llamar para cortar la relación; chusmean sobre la fiesta de exegresados del colegio y sobre lo destruída que estaba Mariana, la ex chica popular; y critican a la farándula nacional e internacional mientras se ponen al día de las noticias de las revistas cholulas a las cuales tu amiga siempre tiene acceso gratis por su trabajo en la consultora de prensa. Y así, en medio del dolor compartido, nacen las mejores conversaciones entre mujeres, en las charlas de pincita.

Por supuesto, siempre hay que contar con más de una pinza nunca se sabe con cuántas amigas te van a agarrar in-fraganti y cuántas te querrán hacer el aguante, pero una cosa es clara: vos tenés tu pincita, la predilecta, y esa no se presta salvo en ocasiones extremas.

Además la pincita es multifunción: depila, es un arma de defensa personal y también una herramienta arregla todo. Más allá de su tarea de volvernos lampiñas no podemos olvidar que la pinza es una manera de infringir dolor a otros (además de a nosotras mismas por nuestra masoquista naturaleza de no querer tener un pelo), en especial a los hombres. Cada vez que tu hermano te molesta para que te apures y le dejes el baño, cuando vos estás encerrada en pleno proceso, basta con asomarte y amenazarlo, pinza en mano, con que te deje en paz sino le depilás el brazo y problema solucionado.

Nos creemos la versión femenina de Mac Gyver: ya sea para desatar un nudo, despegar calcos, cerrar los eslabones de una cadenita, desarmar y armar aparatos electrónicos o domésticos, sólo necesitamos de una pincita. Una simple pinza en nuestra solución para todo.

La pincita no es un objeto común y corriente. Es “la pincita”.

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